domingo, 11 de julio de 2010

Frondizi, 1964

Reproducimos fragmentos de una entrvista a Arturo Frondizi (Revista Leoplan, Agosto 1964). Nuestra fuente en internet es Mágicas Ruinas:

"—¿Cree usted que su personalidad ha crecido o decrecido en cuanto a prestigio después de su caída?
—Yo no hablaría de "personalidad".
—¿Motivos?
—Creo que los procesos históricos son más importantes que los hombres que los sirven. En cuanto a la pregunta, cualquier observador imparcial puede darse cuenta que la opinión pública del país aprecia ahora con mayor claridad la obra que desarrollamos desde el gobierno.
—¿En qué puede "darse cuenta"?
—Hay un retroceso sufrido en la economía, y por consiguiente, en el bienestar de los argentinos, como consecuencia de la quiebra de la legalidad en marzo de 1962. Por otra parte, la conciencia nacional que promovimos con nuestras realizaciones en el campo del desarrollo económico, la justicia social, la democracia sin discriminaciones y la política internacional al servicio de los intereses e ideales de nuestra comunidad es compartida actualmente por todos los sectores dinámicos de signo argentino. Desde nuestro derrocamiento, esa conciencia es más lúcida y más combativa, e ilumina la lucha que todo el pueblo libra en este momento contra el inmovilismo y el atraso.
—¿Durante su gestión presidencial, la "realidad" desbarató algunos de sus planes de gobierno, o cumplió con los puntos expuestos en publicaciones y programas? ¿Cree que el pueblo ha olvidado que usted hizo desde el gobierno cosas distintas a las que había postulado desde el llano?
—Hice desde el gobierno lo que era posible.
—¿Es-una justificación?
—No. Dentro de lo posible hice lo que era necesario hacer para lograr los objetivos fundamentales que propuse a la ciudadanía.
—¿Era todo un programa?
—Prometí cambiar las estructuras económicas que nos sujetaban a la dependencia del abastecimiento exterior de combustibles y materias primas que el país posee; prometí sentar las bases de la industria pesada para abastecer las necesidades crecientes de la industria liviana nacional; prometí superar la concentración casi total del poderío económico del país en torno del puerto de Buenos Aires, fomentando el desarrollo del interior y las comunicaciones y los transportes para integrar la geografía nacional; prometí abolir las proscripciones políticas y gremiales y dar la ley de asociaciones profesionales; prometí garantizar por la ley la libertad constitucional de enseñar y aprender; prometí estimular las inversiones de capital nacional y extranjero para expandir la industria y dar pleno empleo y cada vez mejores salarios a los trabajadores; prometí suministrar a la explotación del agro los aportes financieros y tecnológicos para incrementar y calificar la producción; prometí asistir con créditos y con una política impositiva moderna
a las actividades productivas y reducir el déficit fiscal y la burocracia. Adapté, a estos fines, los medios que consideré más aptos y rápidos y, en este aspecto rectifiqué apreciaciones y estimaciones que había hecho a la luz de circunstancias diversas a las que encontré cuando entré en la Casa Rosada.
—¿Qué se cumplió, a su entender, de todo el programa?
—Los objetivos básicos se cumplieron, a costa de sacrificar toda la vanidad personal y de resistir como pude las presiones y la hostilidad.
—Esas presiones de que habla, esa hostilidad, ¿desde cuándo se hicieron sentir?
—Me acosaron desde el día mismo en que las urnas del 23 de febrero demostraron que la inmensa mayoría de la Nación apoyaba ese programa. Siempre confié en la inteligencia y la comprensión del pueblo y no fui defraudado, pues me ratificó su confianza en lo fundamental durante todo mi gobierno, como lo prueba el hecho de que mantuvimos amplia mayoría parlamentaria y ganamos elecciones en los días más críticos de la confabulación contra la legalidad y contra el país. El pueblo denunció siempre a los reaccionarios internos y externos que conspiraban contra el gobierno. Cuando estos intereses lograron sacarme por la fuerza y me mandaron al confinamiento, el pueblo, cuyo instinto es siempre seguro, comprendió de inmediato que si sus enemigos tradicionales eran los que me echaban, no seria porque yo era su instrumento, sino porque yo había roto la espina dorsal de la reacción antidemocrática y antipopular, porque había caído en la lucha por la soberanía popular sin limitaciones y por la independencia y la fuerza del movimiento sindical argentino.
—Se dice que usted se aferró al sillón de Rivadavia. ¿Buscaba usted el poder por el poder?
—Si yo hubiera querido el poder por el poder mismo, hubiera gobernado sin sobresaltos y no me hubieran derrocado. Me habría bastado con servir los intereses que me asediaban, mantener la proscripción de las mayorías, "bajarle el copete a la CGT", seguir importando petróleo, acero y productos químicos, mantener una masa de desocupados para abaratar la mano de obra, desalentar el desarrollo de la industria nacional y seguir docilmente los dictados extraños que querían obligarme a desmentir la tradición internacional de la República de respetar la autodeterminación de los pueblos y de cooperación con la paz y la convivencia entre todas las naciones del mundo. Si hubiera traicionado realmente el mandato popular habría sido un gran presidente para los intereses y grupos que me combatieron precisamente porque servía a los grandes intereses de la Nación ¿No le parece claro que los "gorilas" y los reaccionarios no habrían derrocado a un gorila y reaccionario? Al pueblo argentino esto le resultó claro desde el principio por mucho que hayan querido confundirlo dirigentes y partidos que se dicen populares".

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